Bewis de la Rosa. Foto Paula Aguilar |
Bajo la etiqueta de rap rural, Bewis de la Rosa ha publicado su primer álbum 'Amor más que nunca’. Desde entonces sus canciones rapeadas llenas de folklore castellano han llamado la atención de medios y festivales. Su actuación en Alcorisa tampoco dejó indiferente a nadie. Annabel Roda, periodista freelance
Bewis de la Rosa es solo un nombre artístico para “hacerme una trampa al ego” según nos cuenta Beatriz del Monte (1994, San Fernando de Henares), la joven rapera y artista multidisciplinar. Multiplicar las disciplinas es inevitable para una persona inquieta como Beatriz que antepone el mensaje al medio. Estudió el Grado Superior de Danza Contemporánea en el Conservatorio María de Ávila de Madrid, de ahí saltó al teatro y la performance.
Montó su propia compañía ‘Malditas lagartijas’ con la que sigue escribiendo, dirigiendo e interpretando sus propias piezas de teatro. Con el confinamiento, llegó el cuestionamiento: “¿de dónde soy?”, “¿de dónde vengo?” Hija y nieta de migrantes del éxodo campesino de los sesenta, Beatriz creció a caballo entre el extrarradio de Madrid y los veranos en los pueblos de sus abuelos. De esa doble identidad, nace Bewis de la Rosa. Un universo musical y escénico en el que Beatriz entremezcla el rap, el hip-hop con el folklore y la tradición castellana. Su primer disco ‘Amor más que nunca” propone dos ejes de reflexión: el amor y el mundo rural. Hablamos con ella rodeadas de verde en el parque del Lago de Alcorisa antes de su concierto en el municipio bajoaragonés durante el festival ‘Tomemos la energía’.
La danza siempre ha estado presente en tu vida. Es la primera disciplina artística que estudias. ¿Cómo se pasa del movimiento a la voz? Y, ¿por qué rap?
He escrito siempre cosas diferentes, poesía, poesía-performativa, teatro. Luego están el rap y las canciones presentes desde mi adolescencia. Ha sido un proceso muy intuitivo desde la danza he ido encontrándome con otras disciplinas como el teatro físico. Yo después de estudiar en el Conservatorio de Danza, me fui a estudiar teatro físico al TNT Atalaya en Sevilla. Ahí la propia formación te lleva desde el cuerpo a la voz y de la voz al cuerpo. Algo que intuitivamente ya venía haciendo en mis trabajos de danza. Pero, ya llevaba muchos años cantando en micros libres y subir al escenario a cantar es otra forma de expresión diferente. Me gusta el concebir el cuerpo como un contenedor y depende lo que quieras comunicar te sirve una herramienta o te sirve otra.
He escrito siempre cosas diferentes, poesía, poesía-performativa, teatro. Luego están el rap y las canciones presentes desde mi adolescencia. Ha sido un proceso muy intuitivo desde la danza he ido encontrándome con otras disciplinas como el teatro físico. Yo después de estudiar en el Conservatorio de Danza, me fui a estudiar teatro físico al TNT Atalaya en Sevilla. Ahí la propia formación te lleva desde el cuerpo a la voz y de la voz al cuerpo. Algo que intuitivamente ya venía haciendo en mis trabajos de danza. Pero, ya llevaba muchos años cantando en micros libres y subir al escenario a cantar es otra forma de expresión diferente. Me gusta el concebir el cuerpo como un contenedor y depende lo que quieras comunicar te sirve una herramienta o te sirve otra.
Tu infancia y adolescencia es urbana, del extrarradio de una gran urbe y diríamos que periférica. ¿Dónde exactamente y cómo ha afectado a tu música?
Haber nacido entre San Fernando de Henares y Coslada ha hecho que yo haya podido desarrollarme y coger corrientes que están más en la urbe como es el hip hop y el rap. Estamos más acostumbrados a ver estos géneros tratando temas sociales, más de los barrios o discursos desde lo que consideramos el extrarradio de la ciudad. También empecé a vincularme artísticamente y vitalmente con proyectos en las áreas rurales y tener una pulsión muy fuerte de regresar a mi pueblo y preguntarme cuál es mi identidad, de dónde soy. Creo que a muchas personas de Madrid nos pasa que si te preguntas por el sentir de un territorio, la respuesta no la encuentras en el lugar donde has nacido y crecido. En mi caso ese lugar es Villamayor de Santiago, en Cuenca y Cifuentes en Guadalajara, mis pueblos maternos. Realmente mis padres y mis abuelos se fueron cuando ellos eran pequeños para Madrid porque tuvieron que irse. Entonces creo que me ha influenciado el poder tener la opción de entrar en contacto con una corriente como el hip hop y, a la vez, el irme me ha ayudado a poder ver otras problemáticas que también están en el extrarradio, pero que son de un extrarradio mucho más externo al que estamos acostumbradas a mirar en las ciudades.
Has hecho del pueblo de tu madre, Villamayor de Santiago tu base de operaciones. ¿Ese volver al pueblo es una decisión que se ha entendido desde casa? ¿La entenderían tus abuelos ahora?
Mi abuela siempre me decía “anda, anda, anda, hermosa, ¿a dónde vas a ir? ¿al pueblo?, ¿a qué? Si allí no hay nada”. Hubo tal desempoderamiento de lo que es la capacidad de saber gestionarse tu propia comida, de saber valerte por ti en todo lo posible... Para mí fue un lavado de saberes. Hicieron que las personas que tenían todo ese poder y todo ese saber, creyesen que ese poder y ese saber no tiene ningún valor. A la vez, también hay una cuestión generacional. Ellas [sus abuelas] vivieron muchísima penuria en el campo. No es lo mismo entender el campo ahora que entenderlo en ese momento. No es lo mismo elegir el campo que el campo sea una imposición. Entonces, hay muchas cuestiones generacionales que hacen que no lo terminen de entender porque hay una mirada de trabajo sobre el pueblo en lugar de entenderlo desde una mirada soberana.
¿Tú te sientes en deuda con esa herencia de tus abuelos?
Siento que de alguna manera hubo un intento de borrado de todo eso que se había trabajado de manera muy artesana. No sé si la palabra es deuda, pero siento que quiero ser consciente de todos esos saberes, intentar recuperar los máximos posibles, intentar entender el proceso mental que tenían nuestras abuelas. El saber hacer, el no tirar o que te dan una camiseta y la aprovechas para hacerte una falda. Creo que nos han anulado la mirada creativa de poder ser capaces de ser inventores constantemente de nuestro día a día, de valernos por nosotras mismas. En eso sí me siento en deuda, pero, además, no cabe la posibilidad de seguir haciéndolo como a mi generación nos han enseñando, en el despilfarro y en el usar y tirar que es abrasivo para el planeta.
Totalmente. Creo que tenemos que empoderarnos en lo que es lo rural y lo que quieren que sea lo rural.
Y para ti, ¿qué es?
Lo primero de todo, creo que estoy descubriendo qué es lo rural. Sería arrogante decir que yo sé lo que es cuando he nacido en Madrid y me he criado allí. Estoy aprendiendo a saber lo que es el rural y hay que aprenderlo escuchándolo, no creyéndote más inteligente que el rural y llegando a poner tu mirada urbanita en un pueblo. Yo digo que hago rap rural porque hablo de problemáticas rurales, hablo de poesía rural, incluso porque está hecho desde el rural y está escrito desde ahí.
Hablas sobre la vida de la gente de tu pueblo, ¿cómo perciben los vecinos y vecinas tu música hecha por alguien que ha regresado al lugar del que se fueron sus antepasados?
En mi pueblo no me han considerado forastera porque yo he vivido tres meses al año durante un montón de años en mi pueblo. Mis recuerdos de infancia están ahí. En la pandemia tuve una crisis existencial, como le pasó a muchísimas personas, y me pregunté a dónde me iría a morir, de dónde soy y la respuesta la encontré en mi pueblo. Hay criminalización con la gente que vuelve al pueblo, pero es que mis abuelos son de allí. Mi madre ha nacido en ese pueblo y yo he ido a Madrid porque ha habido un éxodo.
¿Hay una doble identidad?
Eso es un problemón de nuestra generación y de la gente que vive en ciudades grandes porque no sabes de dónde eres, no sabes ni pa’ quién vendimias como dicen en mi pueblo. Entonces eso es una crisis de identidad con la tierra. No me refiero a nivel territorial sino el sentirte arraigado a un sitio. Aunque luego te marches, se trata de sentir que hay un lugar al que volver, un lugar donde morir.
¿Crees que has heredado ese desarraigo de tus abuelos?
Yo creo que mis abuelos no lo entendieron como lo entiendo yo. Ellos dijeron ‘pues si no se puede aquí, pues nos vamos’. Pero a la vez ellos nunca se han desarraigado de su pueblo. Siempre que había dos o tres días en Madrid, íbamos al pueblo. Esa conexión la he vivido porque mis padres y mis abuelos tenían la casa al lado en San Fernando de Henares, y yo he comido con mis abuelos todos los días, casi a diario. Yo he estado viviendo con mis abuelos y mis padres casi juntos en el barrio y en el pueblo.
¿Es la recreación de la vida rural en el barrio de la ciudad?
Ahora ya no sucede porque ha habido esa desvinculación con el campo, pero cuando mis abuelos llegaron a Madrid, primero se fue su cuñado. Cuando éste ya tenía trabajo, se fue su hermana con los niños y luego, mis abuelos con mi madre y mi tío y se quedaban en la misma casa, en el mismo vecindario. En ese vecindario, mi abuela me contaba que allí las vecinas, entre ellas o se dejaban dinero si no tenían, o se subían a comer a casa de una… La vida del pueblo se trajo a las ciudades porque su manera de vivir no era la que ahora conocemos. Luego se ha ido derivando en generaciones posteriores.
La generación entre medias que son tus padres tuvieron un discurso de rechazo hacia el campo, se inculcó que esa opción no era el progreso y la nueva generación de la que formas parte parece que se vuelve a interesar.
Creo que sí, que se ha criminalizado mucho el hecho de la vida del pueblo porque había unos intereses muy concretos. De hecho en mi pueblo la mayor parte de la gente vive en Torrejón de Ardoz, en San Fernando de Henares o en Getafe porque si iba uno y se iba su primo y luego se iba el otro. Y al final, ¿quién ha construido esas ciudades del exterior de Madrid? ¿Quién ha levantado los edificios en Madrid? Mi abuelo pasó del cultivar a ser albañil y ha levantado esos edificios. Entonces, ¿quién ha construido Madrid? Castilla la Mancha, Castilla y León, la periferia.
En una de tus canciones 'Cielo azulao', cantas “la sorda soga que la tradición me ha marcao”, ¿cuáles son esas sogas?
La soga de la tradición es cuestionar cualquier cosa que esté ya establecida, dada por hecho. Por ejemplo, en mi álbum hablo del amor y en cuestionar la idea de amor que se nos ha enseñado. Primero de todo, porque se nos enseña una idea de amor que parece que el amor es solo de pareja, solo entre dos. Se nos ha enseñado que la familia es un padre, una madre y unos hijos. Se nos ha enseñado que hay que casarse. Se nos ha enseñado con quién te tienes que relacionar amorosa y sexoafectivamente, se nos ha enseñado cómo tienes que tener el pelo en función de qué tienes debajo del pantalón. Y se nos han enseñado un montón de historias que creo que han perdido todo su sentido porque el poder comprender la diversidad nos hace ser mucho más respetuosas con las personas, con otras miradas, con otras identidades, con otras maneras de amar. A veces aunque la soga de la tradición te siga haciendo daño, no eres capaz de poder romperla y de poder entender que ciertas ataduras no son pertenencia tuya.
¿Qué habría que revisar más?
Para mí una cuestión a revisar en el espacio público del pueblo —aunque no ocurre sólo en los pueblos, pero es más visible— es la agenda cultural tan vinculada a la Iglesia. Otra cosa que creo que ya se está empezando a hacer en algunos pueblos es el por qué no hay movimiento LGTBIQ, de visibilización de otras identidades dentro de pequeños pueblos. Y luego está el revisar precisamente todo lo contrario: ¿qué pasa con lo anterior?, ¿qué pasa con lo antiguo?, ¿por qué lo desechamos?, ¿por qué no damos espacios de encuentro para que las personas mayores hablen con las personas jóvenes y puedan transmitirles saberes anteriores?
Parece que todo tu trabajo y discurso se engloba bajo la idea de orgullo rural.
Si es orgullo en el sentido de darle valor podría decirse que sí, pero ya no es por una cuestión de darle un valor cultural para que permanezca. Como no lo sepamos hacer lo vamos a pasar muy mal. Se trata de la soberanía, de ser capaces de hacerlo por nosotros mismos, de supervivencia.
Sí, totalmente. Me siento parte de ese despertar, me siento parte casi más que del mundo del rap. El discurso une mucho, un discurso común en todos. Me gusta que haya gente de nuestra generación queriendo poner esto y que nos inspiremos entre nosotras. Siempre se intenta buscar los exclusivo y si tú miras en perspectiva cada generación tiene una música o tiene una manera de hacer que tiene un valor o un sentido en ese momento por alguna cuestión. Todos los artistas que has nombrado tienen una cuestión que es la grieta generacional, la falta de identidad, la necesidad de encontrar el sentido, la necesidad de la recuperación, del comprender, de buscar, de ahondar, de no quedarte con lo que ya sabes, de mirar para atrás, de recogerlo lo que es útil para no depender de nadie.
Has creado un disco al que has llamado “Amor más que nunca” en un formato nada habitual, un no-vinilo tomatera. Ese formato en el que están incrustadas semillas de tomatera, ¿busca plantear un consumo de tu música a un ritmo más pausado?
Totalmente. Me apetecía que el propio disco tuviese una acción en la propia persona que escucha esa música. Ahí es donde aparece la tomatera. El disco tiene dos ejes de reflexión que son el amor y el mundo rural, y los dos desde una mirada de consumo, de cómo consumimos nuestros amores en función de cómo consumimos el entorno en el que estamos o las personas, cómo nos relacionamos también con la tierra. Si lo llevas a una tomatera el proceso de ver crecer, de plantarla, de que te salga los primeros brotes, luego te sale la tomatera, te da el tomate, luego cosechas, te lo comes y guardas semillas para un futuro es un proceso muy largo. Yo creo que el amor es algo similar, no es rápido, no es fugaz. La idea es que en lugar de escuchar el disco, plantas el disco.
El proyecto está teniendo muy buena acogida, pero me preguntaba si el hecho de que te hayas mudado al pueblo te está limitando a la hora de seguir creciendo.
Aunque mi base de operaciones esté en Villamayor, tengo también la base de mis padres en Madrid. Tampoco es que yo ahora quiera instalarme de manera rutinaria en el pueblo. Creo que para muchas cosas sí, pero para otras y, en concreto, para este proyecto, no. Ahora estoy generando espacios en el pueblo, pero son más puntuales y quizá el largo recorrido en este proyecto no es compatible con estar en el pueblo de lunes a domingo haciendo una actividad semanal constantemente. Sé que es algo que va a ocurrir solo que, a día de hoy, yo voy ahí cuando necesito ir ahí y cuando tengo que estar en otro sitio tengo el privilegio de poder estar en otra casa. Estoy de arriba para abajo, pero mi base está allí.
Moviéndote en el sector artístico y cultural, ¿no crees que sí o sí tienes que moverte hacía las capitales donde se acumula ese capital cultural?
Es una falacia que nos han contado y que nos creemos, y que igual habría que cuestionarla porque nosotras decidimos dónde se pone la cultura. Las personas que hacemos cultura realmente tenemos mucho poder en cuanto a que podemos decidir si vamos a un pueblo pequeño a tocar o si vamos a un macrofestival. Lo que pasa que eso es una decisión de cada uno y puedes hacer las dos también, que yo estoy en ese intento.
El disco juega entre amor y medio rural, pero ¿lo rural será un eje de contenido en otro disco?, ¿será parte del futuro de Bewis de la Rosa?
En principio sí. Tengo todavía cosas que aprender y estoy ahí. Lo que estoy ahora escribiendo todavía va por ahí. Si algo determina mi línea artística, es que tiene muchos puntos en común, pero tiene muchos otros que son súper dispares y que quizá no tendrían ningún sentido. Ahora bien, seguir haciendo música de esta manera, mientras sienta que lo que hago y escribo tiene un sentido.■
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