Annabel Roda - periodista freelance
septiembre 2021 MUNDO RURAL | SOSTENIBILIDAD | SOBERANÍA ALIMENTARIA | ECOFEMINISMO
Dos de las integrantes de Biela y Tierra a su paso en bicicleta por Fortanete. Foto: Annabel Roda |
Sembrar a pedales
“¿Cómo es posible, que si el 100% de las materias primas que nos alimentan están en nuestros pueblos, éstos se estén quedando sin población?”, se preguntaron las cuatro integrantes de Biela y Tierra. De esta cuestión nació en 2019 este viaje que se ha convertido en un proyecto de comunicación, de nuevas narrativas, de contar el campo lleno de iniciativas que apuestan por la soberanía alimentaria, la agroecología, el ecofeminismo, la movilidad sostenible y el consumo consciente.
Biela y Tierra empezó a rodar en su primera ruta hace dos años por el norte del país con cerca de 3.000 kilómetros y 160 visitas a iniciativas que plantan cara a los desafíos del futuro. Cuentan su andadura y alzan la voz de las personas de los territorios que visitan a través de vídeos y cuadernos de campos colgados en su web, así como de talleres y charlas durante y después de la ruta. Una combinación de difusión de iniciativas sostenibles en diferentes plataformas que les ha valido el reconocimiento del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación en los premios Alimentos de España y de Excelencia a la Innovación para Mujeres Rurales. Detrás de Biela y Tierra: dos ruedas y cuatro cabezas. Edurne Caballero (Bióloga) y Ana Santidrián (doctora en Ingeniera Química) pedalean, Sole López (periodista) y Cristina Vázquez (ingeniera en Diseño Industrial) en la retaguardia transforman la cosecha en forma de saber tradicional que recogen las ciclistas.
En el ecuador del viaje con 617,4 kilómetros pedaleados y 6.834 metros de desnivel, en un bar de Fortanete, en el sur del Maestrazgo, toman un café Ana y Edurne. Son las cuatro y media de la tarde y las pocas mesas en la calle ocupadas por paisanos saludan a las ciclistas como si fuesen conocidas de la zona. Me siento con ellas, pido un café, enciendo la grabadora y empezamos a parlotear. “¿Por qué esta segunda ruta en Teruel y no en otra provincia?”, pregunto. Edurne, con una sonrisa risueña que no se le borrará en toda la tarde, responde: “En la primera ruta ya decidimos pedalear por zonas que no se conocen. Parte de lo que intentamos trasladar es que en esos lugares que están más invisibilizados, no significa que no ocurran cosas, significan que no son foco de atención”.
50 iniciativas marcan un alto en el recorrido, un número que parece elevado para la provincia reina de la despoblación. Nada que ver con la realidad. “El punto de partida fue el mapa de iniciativas rurales liderados por mujeres de Mallata.com de Lucía López Marco [la veterinaria aragonesa que lleva años reivindicando los beneficios de la ganadería extensiva y de la vida rural] y de ahí seleccionamos ciertas iniciativas bajo los pilares del proyecto”. Diez iniciativas sobre agricultura, nueve de ganadería, seis de transformación de alimentos, cuatro vinculados al arte y la cultura, dos de ecoturismo, trece de educación y sensibilización, y tres iniciativas más de temáticas variadas. Apuramos el café. Llegan los protagonistas de la tarde: los hermanos Martorell.
Sabor trashumante
Tercera parada de la etapa Cedrillas - Villarroya de los Pinares - Fortanete - Miravete - Cantavieja. 106 kilómetros y 1.892 metros de desnivel. En ese paisaje lleno de pendientes y alturas pastan la vacada de Mapy Martorell (32) y Juan Martorell (35). Solo conocerles ya se intuye que no son dos jóvenes cualquiera. Ella viste una camiseta morada con el símbolo feminista, y él varios aros en las orejas y algún que otro tatuaje. Dos hermanos, dos hijos, dos nietos y dos bisnietos de pastores trashumantes que, tras unos años dedicados a otros sectores, se lanzaron a continuar la herencia de un saber tradicional que se remonta seis generaciones atrás en su familia. Ahora, con una marca que les da nombre -Sabor Trashumante- siguen atravesando cada año a caballo con sus más de 100 cabezas de vacuno el Maestrazgo, los puertos del interior de Castellón, Beceite y Tortosa hasta llegar al delta del Ebro aprovechando los mejores pastos de cada lugar y de cada estación. Las únicas diferencias notables entre pasado y presente: vacas en lugar de ovejas, venta directa al consumidor en lugar de a mayoristas. La esencia de este oficio continúa prácticamente igual.
Entre sonidos de becerros y la suave brisa tras una corta tormenta de verano, que nos obliga a cobijarnos en el todoterreno durante un rato, Ana planta el trípode y el móvil, Edurne desenreda los cables de los micrófonos y se los coloca en la camiseta a Mapy y a Juan. Arranca una entrevista que empezó el día anterior con mucha escucha, pocas preguntas y pasando tiempo con la familia Martorell; construyendo lazos de confianza que permiten sacar todo el jugo y la autenticidad de gente pequeña que tiene entre manos proyectos con desafíos globales. Entre el 44 y el 57% de las emisiones de gases de efecto invernadero están asociadas al sistema alimentario agroindustrial globalizado según la organización internacional Grain que agrupa a movimientos sociales y pequeños agricultores de ganaderos de diferentes países. A la ecuación se añade que un tercio de los alimentos producidos en el mundo se desperdicia según un informe de la FAO. El resultado del cálculo: la red campesina emplea menos del 25% de las tierras agrícolas para cultivar alimentos que nutren a más del 70% de la población, en datos de la fundación internacional Grupo ETC.
“Se habla mucho que es imposible con la población actualmente en el planeta alimentarla solamente con producción ecológica, sin utilizar agroquímicos o fitosanitarios. Sin embargo, estamos produciendo un 60 % más de la alimentación que necesitamos a nivel mundial. Por lo tanto, no será una cuestión de cantidad de alimentos que producimos sino de cómo los distribuimos y a dónde llegan. El sistema está organizado para la distribución a través de grandes cadenas”, explica Edurne.
Si las pequeñas iniciativas agroecológicas son una alternativa real a los desafíos globales, no hay espacio para la duda delante de Juan y Mapy. “Si la gente fuese consciente de lo que hay en sus platos, buscaría otras alternativas ligadas al territorio y no caería en la macroindustria”, dice tajante ante la cámara el hermano. La carne de ternera que producen procede de razas adaptadas al territorio y terneros trashumantes alimentados con pastos naturales, al aire libre y agua de manantial. Una producción limitada que distribuyen ellos mismos por las provincia de Teruel, Zaragoza, Castellón y Valencia.
“En esta situación de cambio climático o tenemos variedades locales y razas autóctonas que estén adecuadas a todos los cambios o a ver qué comemos. Porque cuando te viene una plaga, cuando te viene una sequía, todas esas variedades más productivas no tienen esa información genética para adaptarse a esos cambios”, explica Edurne. A esto las ciclistas insisten que el círculo debe cerrarse con la industrialización del sector primario en la zona rural “La transformación de las materias primas en los lugares locales y de ahí la distribución es lo que asienta riqueza en el territorio. No podemos seguir imaginándonos llevar materias primas de los pueblos a las ciudades, transformándolas allí y de ahí quedándose todo el valor añadido”, reflexiona Ana.
Orgullo rural a dos ruedas
Cuando esté leyendo estas líneas querido lector o lectora, probablemente Ana y Edurne habrán rodado ya por los interiores del Bajo Aragón y de Andorra-Sierra de Arcos. Los casi 1.000 kilómetros pedaleados en sus bicicletas y las últimas doce iniciativas de la ruta . Entre ellas, un laboratorio de biomateriales para construcción en Aguaviva; la única producción de melocotón ecológico de Calanda y una empresa familiar de apicultura en Ariño.
Antes de tomar rumbo al Bajo Aragón ya notan que esta ruta en Teruel contiene algo distinto a la primera: mucho orgullo. “Creo que con todas o casi todas las iniciativas que estamos conociendo nos encontramos un ‘yo estoy aquí porque quiero y esta imagen de se queda en el pueblo el que no tiene otro remedio, el tonto, el que no puede ir a estudiar es mentira’. Creo que queda un camino para desmontar esos patrones educativos. No hay referentes rurales”, cuenta Ana con pasmosa claridad. A lo que Edurne añade la reflexión que les ha compartido esa misma mañana un hortelano de Fortanete: “Sería muy distinto si la caja tonta nos enfoca de otra manera y no nos pintase sólo como meros entes folclóricos, sino que somos personas que habitamos el territorio, que estamos súper orgullosos de vivir aquí y estamos construyendo otras realidades fuera de la hegemónica”.
En esa búsqueda de referentes se encuentra Biela y Tierra que acerca a institutos y colegios rurales, a asociaciones y a los pueblos en general todas las experiencias de esas pequeñas personas en pequeños pueblos que están creando realidades alternativas. “Es necesario trasladar esos referentes de personas que deciden quedarse en el mundo rural para vivir de otra manera, entender lo que es la vida en el mundo rural y la producción del sector alimentario o de otro sector de una manera más adaptada a nuestros tiempos”.
Sigo en el bar de Fortanete con el café con hielo sentada frente Edurne y Ana . “Nuestro discurso se construye en base a lo que nos cuentan las personas que visitamos y conocemos durante la ruta”, dice Ana. No me cabe duda. La hora de conversación con Biela y Tierra acaba siendo un no parar de referencias a anécdotas y charlas mantenidas con todas esas pequeñas personas con proyectos enormes que se adentran a conocer en bici por zonas rurales más vivas de lo que se cuenta. Una gran recolección de información basada en el saber tradicional del que siempre han sido guardianes los pueblos. “Nos encontramos en Blancas en el Jiloca a dos chicas jóvenes con la iniciativa ‘Lecciones en Conserva’. Ese espíritu de reconocer y darse cuenta de que ese saber tan profundo va a desaparecer con las personas mayores y que es necesario recogerlo, reconocerlo, recuperarlo e integrarlo porque si no se va a ir”, cuenta Edurne. Un saber tradicional que es absorbido como un elemento más por la agroecología y que estas dos curiosas ciclistas hondean por bandera de pueblo en pueblo dando esperanza a los interiores olvidados del país.■
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