José Miguel Celma. Portavoz del PP Bajo Aragón. |
Afganistán
Muchas veces se ha comentado que la realidad supera la ficción y, en más ocasiones de las que realmente creemos, es una afirmación palmaria. Lo hemos podido comprobar estos días del siglo XXI en los que hemos retrocedido en el tiempo. Afganistán es hoy un país mucho más parecido al de hace más de veinte años que al del 2020, porque el régimen de terror y violación de derechos humanos ha vuelto lamentablemente para quedarse.
La historia se repite: una potencia mundial entra en un conflicto aparentemente ajeno y en pos de la libertad, con el fin de salvaguardar los derechos básicos de la población. Esta situación se enquista y, después de veinte años sin aparentemente logros, se abandona esa intervención sin apenas adelantos y con la posibilidad de que la población vuelva a la casilla de salida.
Desde la humildad de un observador neutral del Bajo Aragón, que ve cómo la humanidad aprende poco o nada de nuestros errores, me sigue alarmando el extremismo religioso que traslada a la población unos planteamientos obsoletos, denigrantes para la sociedad y en donde la represión condiciona a sus gentes a omitir comportamientos que en cualquier otro lugar del mundo estarían plenamente normalizados. Especial atención en ello a las mujeres, que han visto reducida a la mínima expresión sus libertades y derechos.
No puedo comprender que las niñas, adolescentes, adultas o mayores, por el mero hecho de ser mujeres, hayan pasado de una situación crónica de conflicto a vivir en una cárcel sin rejas. Se las ha infravalorado de tal manera que para los talibanes no son más que meros objetos. Se amparan en la tradición pero no es más que un desprecio injustificado a los derechos fundamentales de unas personas que deben vivir en libertad. Sin medias tintas ni eufemismos. Que puedan actuar según su forma de pensar, que puedan estudiar, tener un empleo y no vivir a la sombra del varón.
Como padre de dos niñas me alarma que se vivan estas situaciones en cualquier lugar del mundo y doy gracias de residir en un país avanzado como España. Hoy ellas podrán seguir formándose para, en el futuro, ser la mejor versión de ellas mismas. La sociedad lo agradecerá porque el potencial de todas las mujeres no quedará desaprovechado y podremos seguir avanzando en un mundo cada vez más competitivo.■
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