Zygmunt Bauman: La conciencia crítica del siglo XXI
Paradójico, provocador, cultivador de interrogantes e inquietudes éticas, Zygmunt Bauman, junto con el coreano germano Byung-Chul Han, el alemán Peter Sloterdijk, el eslovaco Slavoj Zizek o el italiano Giorgio Agamben, forman la avanzadilla estimulante de la filosofía de nuestros tiempos “líquidos” (según la afortunada definición de Bauman). A partir del año 2000, año de publicación de Modernidad líquida, el filósofo polaco publica una serie de obras que resumen sus conceptos sobre la realidad que nos rodea: Amor líquido (2003), Vida líquida (2005) y Tiempos líquidos: vivir una época de incertidumbre (2007).
Para este pensador nacido en Polonia en 1925 y fallecido en Inglaterra en 2017 a los 91 años (en 2010 recibió el premio Príncipe de Asturias junto a Alain Touraine), catedrático de Sociología en Varsovia, Tel Aviv, Leeds y Londres, la sociedad postmoderna ha sido un desafío y un acicate intelectual que le ha llevado a emitir diagnósticos y juicios críticos de nuestra “normalidad” anormal que han estimulado a filósofos, intelectuales y círculos culturales, además de atraer y educar el pensamiento crítico de un público lector cada vez más amplio en todo el mundo.
La sociedad, el amor, el trabajo, la familia con el adjetivo “líquido” a continuación se han convertido en el modelo operativo que nos atañe a todos y en todas partes. Tiene un carácter efímero, mudable, sin un rumbo, designio, valor o principio determinados. El trabajo o el matrimonio que duraba toda nuestra vida ha desaparecido de los modelos actuales, todo lo que nos rodea cambia a un ritmo difícil de seguir y se crea una ansiedad generalizada por el temor a quedar rebasados, o relegados, por unos avances y exigencias socio económicas de las que ya no tenemos puntos de referencia, mientras se nos bombardea continuamente por mensajes de consumo y por la rapidísima caducidad de los objetos que adquirimos de forma compulsiva, apremiados por una publicidad agresiva. La realidad líquida de Bauman provoca una ruptura con todo lo antes fijado, instituciones y estructuras. En el pasado, la vida estaba prediseñada por cada persona, quien tenía que seguir los patrones establecidos para tomar las decisiones adecuadas para conseguir sus objetivos. En la modernidad, las personas se han desprendido de esos patrones, que han perdido vigencia. Cada uno se ve obligado a admitir la ambigüedad para determinar sus decisiones y forma de vida en una sociedad cambiante, individualista y de valores efímeros en campos antes más sólidos y definidos en el amor, el trabajo o la educación.
Todo cobra una nueva perspectiva dada la velocidad de los cambios. La existencia es un proceso continuo de nuevos comienzos y de incesantes finales. Nos resulta más difícil librarnos de las cosas que adquirirlas (ya sea una relación o un ordenador). El tiempo de la modernidad sólida y el progreso coherente, el tiempo de las inmensas fábricas y los miles de empleos que generaban, que empezó tras la revolución francesa, ha terminado. En las vidas individuales se incluían una serie de hitos progresivos de mejora hacia un futuro esperanzador, que se ha diluido en los últimos 30 años. Ya no creemos que haya soluciones definitivas para nada. Y además nos han adoctrinado para que no nos guste la idea de duración. Y eso esconde una falacia tan demoledora como la de que “cualquier tiempo pasado fue mejor”: somos conscientes de que todo cambia vertiginosamente y tenemos miedo de fijar algo para siempre. Vivimos en una inseguridad líquida. La condición de “precario” ya no es privativa de los vagabundos, los mendigos y los parados eternos. Ahora la clase media ya no ve un futuro seguro. Bauman reflexiona: “Desde hace varios siglos se cree que la educación podía restablecer la igualdad de oportunidades. Ahora, el 51% de los jóvenes titulados universitarios están en el paro y los que tienen trabajo, tienen un empleo muy por debajo de sus cualificaciones. Los grandes cambios de la historia nunca se debieron a los pobres de solemnidad, los produjeron la frustración de gentes con grandes expectativas”.
En el campo del amor, Bauman, es implacable: el miedo al compromiso, los rollos de una noche, los desengaños son algo corriente para muchos jóvenes e incluso personas maduras. Este tipo de relaciones (como las creadas a través de las redes sociales) son las que dan nombre a su concepto de amor líquido. No se quiere una supuesta libertad emocional. Se cambia de relación como quien cambia de traje, en una sucesión de nuevos comienzos con breves e indoloros finales. Breves episodios en los que priva la búsqueda del beneficio personal. Cuando una pareja deja de ser rentable, se deja de lado y se busca una nueva. Las personas parecen no querer ataduras ni en las relaciones amorosas ni en las laborales.
Existe el temor de que la mayoría va a convertirse en productos de desecho de una sociedad dominada por el consumo compulsivo, que va expulsando de forma inexorable a quienes no pueden mantener al ritmo que exige. Somos participantes en un gigantesco juego de la silla vacía: todos corremos sin podernos detener y en un momento dado la rueda se detiene por algo y el que queda fuera del corro de sillas ocupadas, debe abandonar el juego. Hasta el siguiente en que, fatalmente, alguien se quedará sin silla. Decía Bauman que nunca habíamos sido tan libres, pero tampoco tan impotentes para cambiar nada. Sólo hay que ver cómo las llamadas “revoluciones sociales” de los últimos años han sido anuladas y absorbidas, desde la Primavera Árabe a las del 15M (“es emocional, le falta pensamiento”, dijo Bauman) o las juveniles en diversos países. Tampoco los partidos políticos se ha librado de la banalización e inutilidad de sus programas, atenazados en un piélago de corrupciones, pérdida de confianza de los ciudadanos y manipulación global de la élite capitalista neoliberal, que no tiene líderes conocidos o programas de actuación transparentes. Como asegura Bauman: “Todos sufrimos ahora más que en cualquier otro momento la falta absoluta de agentes, de instituciones colectivas capaces de actuar efectivamente”. Quizá sólo un 1% de la población mundial no tiene temor alguno al futuro, puesto que poseen todos los resortes económicos.
Pero nos han propuesto otro espejismo: que las redes sociales pueden sostener la democratización del sistema y ser efectivas para el cambio. Bauman las define como fraudulentas: “El diálogo real no es hablar con gente que piensa lo mismo que tú. Las redes sociales no enseñan a dialogar así porque se evita la controversia… Mucha gente usa las redes sociales no para unir, no para ampliar sus horizontes, sino al contrario, para encerrarse en lo que llamo zonas de confort, donde el único sonido que oyen es el eco de su voz, donde sólo ven su propia cara. Las redes son muy útiles, dan servicios muy placenteros, pero son una trampa”. Los últimos años han demostrado que los “radicales” que pretenden montar una revolución a través de las redes sólo logran extender lo que los americanos llaman “Shit storms” (tormentas de mierda). Las redes y su carácter fluido y volátil no pueden configurar un discurso válido ya que son incontrolables, inestables, efímeras. Tal vez en un futuro improbable pero posible el “precariado” (precario más proletario) de Guy Standing, se convierta en una clase socio-política que tome conciencia de sí y ataque al nudo del problema: la minoría que domina financieramente el mundo.
Bauman pensaba que el precariado es un producto de la “globalización negativa”, como la erradicación y traslado de fábricas básicas a países de obra de mano barata, que ahora dominan el mercado. Es un síntoma más de la modernidad líquida, un periodo en el que se vuelven a fijar los temores del pasado hacia la inseguridad, la enfermedad y la violencia. No tenemos el control de nuestras vidas. En cambio, se repiten los desastres naturales que acarrea el cambio climático, el miedo al terrorismo, a la inseguridad ciudadana, al vandalismo o el exceso autoritario respaldado por las fuerzas de seguridad, la precariedad del trabajo, las bolsas de miseria, los levantamientos populares de los desfavorecidos e inmigrantes, el terror al Otro.
Y paradójicamente esa forma de vivir debe aceptar un mundo donde rige el consumismo más insistente, diseñado no para satisfacer los deseos de los consumidores sino para incitar el cambio a deseos siempre nuevos y la caducidad de los antiguos. Esa falta de símbolos fijos y duraderos en la existencia crea un ciudadano-tipo incapaz de ver las cosas como realmente son y, al tiempo, azotado por la inseguridad existencial, la precariedad y la falta de valores permanentes. El pronóstico de semejante sociedad no es precisamente halagüeño. ¿Podremos llegar a controlar todo este desbarajuste que define la sociedad actual? Es la pregunta que Bauman se hace y que nadie ha contestado.■
FICHAS
VIVIR EN TIEMPOS TURBULENTOS.-Zygmunt Bauman. Conversaciones con Peter Haffner.- Trad. Lorena Silos. Ed. Tusquets.205 págs-
VIDA LÍQUIDA.-Z.Bauman.-Trad. Albino Santos.- Paidós. 205 págs.-
AMOR LÍQUIDO.-Z. Bauman.- Fondo de Cultura Económica.-Trad. Mirta Rosemberg.-201 págs.
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