Alumnos de la Asociación Las Cañas |
Amadas cadenas
Hace años conocí a un hombre para quien el mayor orgullo de su vida era haber nacido en la misma casa, en la misma habitación y en la misma cama en la que habían nacido su padre y su abuelo. “Eso no lo puede decir nadie”, afirmaba. Allí había nacido, madurado, había sido padre y después abuelo; allí también, en aquellos días, empezaba a rebasar los ochenta con la templada certeza de que, en esa casa, en esa habitación y en esa cama habría de morir.