Annabel Roda - periodista freelance
mayo 2021 ACTUALIDAD | INCENDIOS FORESTALES | CAMBIO CLIMÁTICO | DESPOBLACIÓNArden los montes bajoaragoneses
La despoblación y el cambio climático favorecen los incendios en la España vaciada
Teruel se extiende a lo largo de 14.890 km2, para hacernos una idea unos dos millones de campos de fútbol . El 63% de esos terrenos de fútbol turolenses es superficie forestal y en ellos la densidad de población no llega a los ocho habitantes por kilómetro cuadrado. El último Inventario Forestal Nacional señala que, durante los años 1997 a 2007, la superficie forestal provincial (que viene a ser árboles y arbustos) se incrementó en 31.093 hectáreas y el Plan Director Forestal aragonés de 2019 apunta que la tendencia es constante a raíz de la despoblación, que no es más que años de desertar de la hoz y el tractor.
De primeras nos podría parecer que, si la falta de gente en nuestros pueblos ha provocado que ahora haya arbustos donde antes había pastos u olivos, se podría dejar a la naturaleza seguir su curso y que recuperara lo que era suyo. Un atajo mental que desmonta el informe Proteger el medio rural es protegernos del fuego publicado por Greenpeace en julio del año pasado. Desde 1962 hasta 2019 se han abandonado en España cuatro millones de hectáreas de tierras de cultivo los cuales han sido colonizados desordenadamente por masas forestales pobres y abandonadas, con escasa diversidad de especies y gran carga acumulada de combustible vegetal. “Esos millones de hectáreas de cultivo abandonado que, lejos de entenderse como bosque, se han convertido en masas forestales muy degradadas que sufren más las olas de calor, más sequías prolongadas aumentando la combustibilidad y el riesgo de propagación de incendios de alta intensidad”, explica Mónica Parrilla, responsable del citado informe.
El abandono del medio rural trae la desaparición de explotaciones agrícolas y ganaderas por su falta de rentabilidad, la intensificación del uso agrícola en las superficies de regadío, y la disminución de la presión ganadera. Con ello, un paisaje casi continuo de vegetación que cuando llega un incendio, el fuego ya no encuentra ninguna barrera que antes impedía que se hiciera fuerte y se acercase a los pueblos rodeados de huertas y campos labrados.
“El cambio de la sociedad agrícola a la urbana cada vez más concentrada en grandes ciudades y en un paisaje rural vacío favorece este tipo de paisajes continuos, es decir, abandonados y a su vez, son el escenario perfecto para grandes incendios. Esto genera paisajes que no gestionamos, en los que no vivimos y que se están deforestando”, señala con brillante sencillez Marc Castellnou, máximo responsable del Grupo de Apoyo de Actuaciones Forestales (GRAF), uno de los cuerpos de bomberos de la Generalitat de Catalunya y una referencia en la materia a nivel nacional e internacional.
Las cuatro millones de hectáreas de cultivo abandonadas en el país no tienen gestión forestal alguna lo que “hace que el estado de nuestros bosques sea mucho más vulnerable al fuego”, apunta Parilla. Estos nuevos montes más inflamables junto a entornos rurales abandonados y cada vez más afectados por la crisis climática, son el caldo de cultivo perfecto para los incendios de alta intensidad.
Incendios de alta intensidad
Los primeros grandes incendios aparecen en nuestro país en los años 50, cuando el abandono rural dibuja un paisaje continuo por primera vez en décadas. Es lo que se conoce como primera generación de incendios, que se atacan con los primeros retenes y cortafuegos. Según continúa la despoblación y el imparable proceso de acumulación de combustible, en los años 70 y 80 aparece la segunda generación, con incendios continuos e intensos, combatidos con una mayor profesionalización y especialización. En los 90 aparecen los grandes incendios con ambiente de fuego, focos secundarios masivos y velocidades extremas de los fuegos convectivos: es la tercera generación. La aparición de incendios con interfase, que se acercan a los pueblos y empiezan a matar, marca la cuarta generación; y la simultaneidad de grandes incendios rápidos y violentos define la quinta, que cerraba la serie hasta la aparición en años recientes de una nueva clase nunca vista. Se rige por la “regla del 30”: una temperatura ambiente igual o superior a los 30 grados, rachas de viento superiores a los 30 kilómetros por hora y una humedad relativa del aire inferior al 30%. El resultado es un cóctel meteorológico terrorífico.
En el contexto de la crisis climática, estos fuegos cada vez más gigantescos, rápidos e incontrolables han venido para quedarse. “Lo que está haciendo el cambio climático en unos bosques que estaban acostumbrados a vivir en unas temperaturas y lluvias concretas, en unos golpes de viento que cada año eran más o menos similares, ahora el cambio climático lleva todo esto al extremo, menos lluvias, temperaturas más altas y el árbol no se puede mover de un sitio cuyas condiciones han cambiado y pierde su capacidad vital. Cuando hay un incendio ese árbol es mucho más inflamable que cuando tenía unas condiciones realmente buenas”, cuenta Oriol Vilalta, exdirector de la Fundación Pau Costa, especializada en el estudio de incendios forestales.
Prevención de incendios en el Bajo Aragón
A excepción de Alcañiz, Calanda, Andorra y el norte de la Comarca del Bajo Martín, el resto de poblaciones del Bajo Aragón Histórico se asientan en términos municipales rurales forestales. Es decir, más del 30% de la superficie de nuestros pueblos son árboles y arbustos. Una extensión que a su vez es calificada como Zona Alta de Riesgo de Incendios (ZAR) por el Gobierno de Aragón.
Son 399 los incendios acaecidos en las comarcas del Bajo Aragón Histórico entre 2013 a 2019 y 448 hectáreas quemadas, una media anual de 57 siniestros y 64 hectáreas quemadas. Mientras que los recursos de prevención y extinción de incendios a pie de campo con los que cuentan las seis comarcas son 10 cuadrillas terrestres, una helitransportada, 12 camiones autobomba y 16 puntos de vigilancia. Sin embargo, de todos los bomberos forestales que conforman este operativo de base, únicamente la cuadrilla helitransportada –aquella que se traslada con helicóptero y con base en Alcorisa– está en servicio todos los meses del año.
Esta temporalidad del personal es uno de los graves problemas de este modelo de extinción que señala el propio Servicio de Gestión de los Incendios Forestales y Coordinación Aragonés: “La mayor parte de los componentes no se encuentran activos durante todo el año, lo que impide una profesionalización real de los elementos de la escala básica de extinción y, además, obliga a la realización de tareas de prevención en épocas en que las labores deberían centrarse en la extinción”. El informe de servicio de gestión forestal aragonés añade, entre otros muchos defectos del modelo, que “existen carencias materiales evidentes como la flota de vehículos” y la falta de “una planificación sistemática y reglada de la formación y el entrenamiento del personal que va a combatir el fuego en primera línea”. A esta escasez de recursos se suma que la media de inversión de las comunidades autónomas para combatir y prevenir los incendios forestales se situó en 2008 en 32,64 euros por hectárea forestal, el dato para Aragón se queda 9,67 euros.
Y a pesar que los recursos materiales y humanos son escasos en la comunidad aragonesa ”prevenir y apagar estos incendios no es un tema de recursos”, explica Castellnou. “Da igual que cada vez se dediquen más recursos si la verdadera causa, el abandono del territorio, no para de agravarse”. A lo que continúa “la solución no es un tema de la Administración de poner recursos, es un tema de cambiar el modelo de sociedad en el que vivimos. De no basar nuestra sociedad en consumo de producto barato de larga distancia, sino basada en una economía circular. Esto es un cambio en la forma de consumir y entender que nuestra manera de vivir y consumir define el paisaje donde vivimos. La solución no está en la mano de un sistema de extinción o de un político que cambia unos impuestos o dos o tres acciones sino en la sociedad que entienda que tiene que cambiar su manera de vivir”.
¿El futuro en llamas?
Ante los efectos del cambio climático en un escenario de despoblación rural y recursos de extinción insuficientes e inabarcables frente a la amenaza de este nuevo fuego se otea un futuro de humareda.
Las conclusiones del informe de Greenpeace, por el contrario, disipan la columna de humo con un abanico de posibilidades para que el mundo rural vuelva a ser el protector de los bosques y que ciertas actividades tradicionales (ahora casi abandonadas) sean las protectoras frente a los incendios. Entre ellas, la ganadería extensiva y el pastoreo que tiene una enorme capacidad de desbroce natural, ecológico y económico, facilitando así la con-ervación del medio y el aumento de la biodiversidad. Otro freno a los incendios sería la agroecología, es decir, la planificación de cultivos específicos adyacentes a terrenos forestales creando barreras contra un posible fuego. Entrarían también como piezas en este operativo el aprovechamiento de la biomasa; el sector del resinado y el corcho los cuales vigilan los monte, produce bosques con poca carga de combustible; o bien, la micología y la trufa que generan bosques adehesados y por tanto condiciones más favorables en la prevención de la propagación de incendios.
El freno más visible que ha mantenido a raya el fuego en nuestros pueblos son los rebaños de cabras y ovejas, una ganadería extensiva a la que hace años se le anuncia su peligro de extinción como si de la oveja xisqueta o maellana se tratase. Para Oriol Vilalta, exdirector de la Fundación Pau Costa, “falta revalorizar las actividades de extin-ción tradicionales como la ganadería extensiva, ligadas a buscar nuevas cadenas de valor que garanticen la creación y mantenimiento de oportunidades para las zonas rurales; porque un mundo rural vivo es un mundo rural con un paisaje resiliente no solo ante los incendios sino ante el cambio climático”, sentencia.■
No hay comentarios:
Publicar un comentario