10 mayo 2021

#AlbertoDíaz - Exiliados en el siglo XXI: la errancia sin fin




Si tuviera un presente diferente 
Tendría las llaves de mi pasado 
Si mi pasado estuviera conmigo 
Sería dueño de todo mi mañana 
(Mahmoud Darwish, refugiado palestino)



De vez en cuando, desde hace años, visito dos tumbas cercanas entre sí, a los dos lados de la frontera franco-española: la de Antonio Machado en Colliure y la de Walter Benjamin en Port Bou. Ambos símbolos culturales del exilio, como Annah Arendt, María Zambrano, Max Aub, Stefan Zweig, Nabokov, Leon Felipe, Buñuel, Sénder, Ayala, Bertold Brecht, Thomas Mann, Freud, Musil, Emil Ludwig y muchos más. Ellos integran la cara más notoria de un drama que se extendió por todo el siglo XX como una marea trágica. Formaron la “cresta” más relevante en lo cultural de una ola brutal que devastó a la Humanidad. Pero lo más angustioso, censurable y difícilmente comprensible es que el exilio, la inmigración, las oleadas incesantes de refugiados de cientos de miles de personas acuciadas por las necesidades más básicas y usando medios de transporte inadecuados y peligrosos, o jugándoselo todo al cruce ilegal de fronteras, han convertido el siglo XXI en el epítome de una trágica realidad: la errancia sin fin del mundo desposeído, hambriento y desesperanzado (y enojado) al “otro” mundo, calificado como “rico y poderoso”. Sin ánimo comparativo –no hay parecido, salvo en lo esencial– aquí trataremos más el esquema psicológico de los exiliados y refugiados, que el análisis del aluvión brutal de las grandes masas que asaltan fronteras, desafían océanos y son explotados por mafias sin conciencia.

A pesar de este enfoque cultural en cierta forma constreñido a una faceta del amplísimo y demoledor tema de los refugiados en el mundo, quiero dejar constancia de los últimos datos publicados por la ACNUR (Agencia de la ONU para los refugiados): unos 80 millones de personas han sido desplazadas de sus hogares o han huido de ellos, por miseria, guerras locales, sequía, epidemias o hambre, lo que supone un 1% de la población mundial. De esos millones, el 40 % son niños y jóvenes menores de 18 años. Un 85% de estos son acogidos por países en desarrollo. Para agravar las cosas se anuncia una hambruna en países del sur africano y los fenómenos asociados al fenómeno climático de “La Niña” a los países del arco de Yemen, Sudan, Siria o Libia, lo que aumentará el flujo migratorio de desplazados.

Pero volvamos al “interior” psicológico de nuestra pesquisa. Hablemos del extranjero que viene a nuestro país, al que miramos siempre desde la “otredad” y exigimos que se adapte a nuestras costumbres e idioma. Aún así el diálogo y la negociación son siempre desde la “superioridad”, la dialéctica del amo y el esclavo, cuando no es la negación absoluta, el desprecio, el ninguneo y el insulto de los “patriotas” reaccionarios. La dignidad del refugiado debería estar por encima del “choque cultural” o las obligaciones que genera lo que entendemos por integración, lo cual suele estar sesgado por creencias y opiniones.

Como escribe María Zambrano: “La figura del exiliado o del refugiado representa a la perfección la amenaza del desconocido, del radicalmente Otro”. Y propone una actitud distinta: “No se puede sucumbir al miedo sino trascender la inquietud, planificando un mundo, un espacio mejorado y diáfano, surcado de puentes y ventanas para recibir al recién llegado, que puede llevar en sus alforjas la mejora de un cambio”

Esa visión positiva hacia el que viene en busca de ayuda, de una vida mejor y aporta su fuerza, sus conocimientos y su voluntad de integración, debe estar sustentada en la comprensión de la diversidad y en la busca del punto de integración a partir del cual ambas culturas, la que viene y la que está se enriquecen mutuamente. ¿Utópico? No lo creo. Hay ejemplos en la historia en que eso fue posible, siquiera sea por algún tiempo.

Arendt define la causa del salto abismático a lo desconocido enfocando al elemental miedo a la extinción. Y describe la situación de ese Otro como un “estado total de desarraigo, de cercenadura de sus raíces (que ahora lleva al aire, incapaz de ocultarlas para protegerlas), de vaciamiento de todo lo superfluo hasta quedar reducido a lo esencial, a la “nuda vida”, pura vida biológica, cuerpo desnudo, sin leyes que lo amparen, ni siquiera en su inapelable humanidad.

El exiliado, el refugiado llega al lugar del desprendimiento, desde la patera o escalando vallas metálicas o atravesando ríos y desiertos, con la esperanza ciega y sorda de que es posible pensar el mundo de una forma distinta. Una especie de patria, sigue argumentando Arendt, que no es física, que está libre de límites y que crece junto a la que se truncó. Una patria interior que no coincide jamás con el lugar real donde la persona busca el espacio habitable.

A partir de ahí empieza un calvario interior que Czeslaw Milosz describe en su libro “Sobre el exilio”: “La pérdida de armonía con el espacio circundante, la incapacidad de sentirse cómodo en el mundo, tan angustiosa para el expatriado, el refugiado y el inmigrante”, y que paradójicamente lo integra en la sociedad en forma de una nueva esclavitud, con un desarraigo brutal que nace tras haber vivido una odisea que no envidiaría el mismísimo Ulises. El filósofo Slavoj Zizek lo encuadra a la perfección: “hoy en día, en esta época de capitalismo global resurgen nuevas formas de esclavitud que se nutren de los refugiados e inmigrantes: millones de trabajadores privados de los derechos y libertades civiles más elementales, en fábricas, en los campos, en talleres desde Asia hasta Arabia Saudí o el Congo, donde la estructura de los campos de trabajo son una reedición de las campos de concentración nazis”.

A otro nivel, Isaac Bashevis Singer nos cuenta su percepción de su propio exilio: “Cambiar de país, emigrar, es como una especie de crisis. Tenía la sensación de que mi lengua estaba desubicada. Perdí mis imágenes. Veía miles de cosas para los que no había nombre en mi lengua. Tenía la impresión de que mi lengua materna había perdido su capacidad expresiva y yo, mi sensibilidad para percibir el entorno. Y por supuesto había que ganarse la vida, adaptarse a una nueva realidad”.

Zizek critica la idealización simplista de la izquierda europea que ve a los refugiados como un proletariado nómada que podría actuar como núcleo de un nuevo movimiento revolucionario. Es ignorar la esencia del problema: hoy los refugiados “sueñan” con ser proletarios, pero saben que no son “nada”, no ocupan ningún lugar dentro de la jerarquía social del país que los acoge. Por eso existe un antagonismo pseudo cultural entre los refugiados y la población local de la clase baja. En realidad es una lucha por los puestos de trabajo, no un choque de civilizaciones, por el hecho puro y simple que el patrón prefiere emplear a un refugiado sin derecho alguno que a un obrero local que está protegido por leyes y normas.

Para Arendt y Zambrano los exiliados no vienen a recibir sino a dar. La cita de la “Tumba de Antígona” de la malagueña, debería hacernos pensar: “pedíamos que nos permitieran dar nosotros. Porque llevábamos algo que allí, allá, donde fuera, no tenían: algo que no tienen los habitantes de ninguna ciudad, los establecidos; algo que sólo tiene el que ha sido arrancado de raíz, el errante”. Una pura fuerza de trabajo y entrega.

Personalmente opino que, como dice el filósofo italiano Franco Bifo, en Europa estamos perdiendo la oportunidad de cambiar la faz de rechazo a los inmigrantes, por un acogimiento abierto a la diversidad para lograr redirigir la crisis europea ya que “nunca en nuestra vida nos hemos enfrentado a una situación tan cargada de oportunidades revolucionarias. Pero nunca en nuestra vida hemos sido tan impotentes. Los intelectuales nunca han estado tan callados, nunca han sido tan incapaces de encontrar un camino que muestre una nueva dirección posible”. La joven fuerza que nos viene del “exterior” debe recibir dignidad, comprensión, apertura, trabajo y respeto. No se trata de caridad sino de intercambio en un modelo de justicia e igualdad. El pensamiento que se opone al Sistema actual no ha dado aún el paso hacia delante que obligue a replantear el futuro y a aunar fuerzas.

Solo nos queda pedir a las personas del futuro que, cuando miren hacia los siglos XX y XXI, recuerden el poema de Bertold Brecht:

“Vosotros, que surgiréis del marasmo/ en el que nosotros nos hemos hundido/cuando habléis de nuestros errores y debilidades/ pensad también en los tiempos sombríos/ de los que os habéis escapado.../Desgraciadamente, nosotros/ que queríamos preparar el camino para la amabilidad/ no pudimos ser amables./ Pero vosotros, cuando lleguen los tiempos/ en que el hombre sea amigo del hombre/pensad en nosotros con indulgencia”.■





Ficha

UNA POÉTICA DEL EXILIO.- Hannah Arendt y María Zambrano.-Olga Amaris Duarte.- Ed Herder. 317 págs.

COMO UN LADRÓN EN PLENO DÍA.- Slavoj Zizek.- Trad. Damià Alou.-Anagrama. 286 págs. ACONTECIMIENTO. Ed. Sexto Piso. mo autor y Raquel Vicedo, traductora.180 págs.

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