noviembre 2020 ACTUALIDAD | SALUD MENTAL | ASAPME | INCLUSIÓN SOCIAL
Usuarios del Centro de ASAPME en una clase. A. Roda |
Las enfermedades mentales siguen rodeadas de tabús y estereotipos. Los recursos y atención a las personas que las padecen en el Bajo Aragón Histórico están reducidos a la labor titánica de familias y profesionales de la Asociación Aragonesa Pro Salud Mental del Bajo Aragón.
—Antes de la pandemia salíamos del centro a rutear por los pueblos —cuenta nostálgica Mónica.
—A normalizar —añade Héctor, sentado justo a su izquierda a la distancia física de seguridad.
—A quitar el estigma de los enfermos mentales —puntualiza Nuria—. Nosotros mismo nos hemos silenciado y por la otra parte, hay recelo.
—La sociedad no nos ha tratado justamente. Lo hemos pasado mal, es duro —alega Héctor.
—Antes no se decía que ibas al psicólogo y ahora es diferente —dice Mónica. Nuria asiente con la cabeza.
—Ponemos más los enfermos mentales por visibilizar que el propio sistema —se queja Héctor.
Alto y claro hablan estos tres usuarios del centro de día de la Asociación Aragonesa Pro Salud Mental del Bajo Aragón (ASAPME) en Calanda. Los prejuicios que rodean a las enfermedades mentales los han vivido en su propia piel durante años e incluso décadas. Si se echa la vista atrás, no fue hasta 1986 con la Ley de Sanidad General que las personas con problemas de salud mental fueron tratadas como personas enfermas. “Los manicomios surgieron para proteger a las personas con problemas de salud mental de las masas sociales que querían lincharlas. En estas instituciones se las acogía, no se las trataba, ya que no eran consideradas enfermas, sino diferentes y potencialmente peligrosas e imprevisibles”, asegura el psiquiatra y escritor Juan Sánchez Vallejo en un artículo de la Confederación de Salud Mental de España.
Aunque Héctor, Mónica y Nuria asumen que ahora “hay más aceptación” y que Calanda, donde residen y está la base de ASAPME, es un pueblo concienciado con las particularidades de este colectivo, queda todavía mucho por normalizar.
1 de cada 4
La Organización Mundial de la Salud (OMS) aseguró en 2016 que una de cada cuatro personas sufrirá algún tipo de trastorno mental a lo largo de su vida. Actualmente la institución cifra en 450 millones las personas afectadas por una enfermedad mental en el mundo. Si se aterriza a la realidad aragonesa, los datos de la Encuesta Europea de Salud, relativos a 2014, señalaron cerca de un 12% de la población padecía una enfermedad de esta índole en la comunidad autónoma.
Quien la tiene sufre alteraciones de tipo emocional, cognitivo o del comportamiento que afectan a la emoción, la motivación, la conciencia, la percepción o el lenguaje, entre otros muchos factores e impiden que esa persona desarrolle su día a día. Maite Torres, gerente de ASAPME Bajo Aragón, se muestra contundente con esta realidad: “una enfermedad mental la podemos sufrir cualquiera de nosotros sean las circunstancias que sean en cualquier momento de nuestra vida”. Y es que la raíz de estas enfermedades tiene un patrón biopsicosocial, es decir, son múltiples factores que favorecen la aparición de este tipo de enfermedades. “Entran en juego la parte biológica que no es el heredar una enfermedad mental sino la predisposición a padecerla. Luego, está la parte psicológica que engloba todos los traumas y experiencias vividas por una persona. Y por último la parte social y el consumo de sustancias, un factor que predispone a estas enfermedades”, explica Cristina Escrig, una de las psicólogas de la misma entidad bajoaragonesa.
Desde ASAPME, el único servicio especializado en problemas de salud mental en el territorio, afirman que en los últimos años han ido aumentando los casos, los cuales son diagnosticados cada vez en personas más jóvenes. Un hecho que no perciben de forma completamente negativa. “No creo que antes no existiesen esos casos. Antes se ocultaban más. Valoro positivamente que haya una derivación de personas más jóvenes porque si actúas con un individuo que está cursando con la patología más recientemente, aumentan las posibilidades de una rehabilitación”, cuenta Cristina Escrig.
El impulso familiar
“Le hemos hecho comprender que la familia estamos con él, que tiene todo nuestro apoyo y nuestro amor, pero la cuadrilla, los amigos y las amigas… Eso es más complicado porque no saben cómo reaccionar ante esta enfermedad”, cuenta Orencio Pueyo, el presidente de ASAPME en el Bajo Aragón. Han pasado 16 años desde que a su hijo se le diagnosticó esquizofrenia. “Fue una etapa muy dura, sobre todo cuando le dio el brote, para nosotros, los padres, y para él”, lo explica casi sin acabar las frases como aquel que tiene mucho que decir y no saber por dónde empezar.
Aunque Orencio señala la incomprensión y desconocimiento de la sociedad a estas enfermedades, él mismo también lo encarnó. “Yo mismo pensaba que era una rabieta, un mal día. Te preguntas qué estás haciendo mal para que se vuelva agresivo con sus propios padres. Primero, pensaba que era chulería, rebeldía de una persona joven”. Con el paso de los años, Orencio cuenta que ha sido un camino duro el comprender que es una enfermedad y como tal, lo más importante para el enfermo es el apoyo incondicional. Un cambio que en su caso ha sido posible gracias a ASAPME. “Esa psicóloga, esa terapeuta diciéndonos que no tenemos la culpa, que desgraciadamente cada vez hay más casos en chavales jóvenes… Nos han hecho ver que esta enfermedad es así y es así para toda la vida y que con la medicación y los servicios de la asociación se puede hacer llevadera”.
Constituida desde 2007, los impulsores de la creación de la Asociación Pro Salud Mental en el Bajo Aragón fueron los propios profesionales de la salud mental y las familias afectadas por estas enfermedades ante “la carencia histórica de la atención especializada y rehabilitación en salud mental que ha sufrido el sector sanitario de Alcañiz”, argumentan desde la entidad. Trece años después la falta de recursos públicos en salud mental en el Bajo Aragón Histórico sigue siendo evidente. “Cuando una persona sufre un brote, las unidades de hospitalización mental están en Teruel”, apunta Escrig, a lo que sigue, “en urgencias no hay ni psiquiatra ni psicólogo”. Mientras que Beatriz Ferrera, una de las integradoras sociales del centro de día de la asociación, dice que “se nos ha dado la situación de una urgencia el fin de semana y el médico te acaba derivando a Teruel”. El hospital de Alcañiz cuenta actualmente con tres plazas de psiquiatría ocupadas, sin embargo Escrig afirma que han sido constantes las vacantes de estas plazas y los cambios del personal. “Nuestra coordinación con el hospital es constante. Son ellos los que nos derivan pacientes, pero hemos pasado épocas con solo un psiquiatra en el hospital, lo que ha empeorado la atención y dificultado el trabajo en la entidad”.
Un paseo dentro de ASAPME
Beatriz entra decidida y enérgica a la sala de talleres del centro de día donde la esperan Héctor, Mónica, Nuria y otros cuatro usuarios más. Todos con la mascarilla y sentados a la distancia física que exige la nueva normalidad llevan a cabo las fichas de comprensión lectora y ejercitación cognitiva que les ha preparado la integradora social. Escuchan atentos las explicaciones, hablan entre ellos también. Me cuentan que echan de menos al resto de los usuarios que están en los otros grupos. A causa de las medidas tomadas por el coronavirus, los 26 usuarios del centro de día de la entidad se han divido en grupos burbuja y si antes de la pandemia todos solían acudir de lunes a viernes a las diversas actividades programadas, la actual situación ha forzado a que solamente puedan acercarse al centro un día a la semana en el turno de su grupo. “Venir aquí nos da rutina”, dice Nuria, “ampliamos conocimientos”, añade Mónica, “estamos como en casa”, suma Héctor.
A pocos metros del centro de día se encuentran los pisos tutelados que cuentan con cuatro plazas. “En estos pisos se enseña a cómo valerse por sí mismos para luego tener un piso y saber gestionarse en las tareas de la vida diaria, en lo económico, en la limpieza…”, dice la gerente de ASAPME. A este servicio le sigue el programa de tutela de adultos de la provincia de Teruel con el seguimiento de 26 casos más sus familiares; más los 110 casos junto a sus respectivos familiares que atienden desde el programa de acompañamiento integral. Entran aquí todos los usuarios y familiares que no tienen plaza en cualquier otro de los programas anteriores. De esta forma, no se deja a nadie sin asistencia y se defiende que la atención sea recibida sin desarraigar a nadie de su entorno, de su pueblo. La actividad es frenética para una asociación que depende su supervivencia cada año de subvenciones.
A pesar de toda esta intensa programación, todavía queda la guinda del pastel. En el polígono industrial de Calanda acaba de trasladarse la cadena de deshuesado de ciruelas. Se trata del centro especial de empleo que logra crear 40 puestos de trabajo para personas que han sufrido o siguen padeciendo las secuelas de la enfermedad mental y que cuenta con apoyo psicológico y otros servicios necesarios para este colectivo. Su recién inaugurada nave demuestra que no solo han conseguido dar una alternativa de trabajo sino que el proyecto es viable económicamente. “Era imprescindible para nosotros impulsar un centro de empleo porque la mayoría de las personas que atendemos suelen proceder de unidades familiares que no tienen ingresos o son escasos”, dice Maite Torres. Y es que si el estigma sobre las enfermedades mentales sigue rondando en nuestra sociedad, ¿cómo no van a existir reticencias para contratar a una persona que la ha padecido o está lidiando con ella?
Volvemos a la recepción del centro de día y mientras, unos salen y otros entran a echarse un cigarro Héctor me señala uno de los carteles de la pared y me dice:
—Es tan simple como esto. Soy como tú aunque aún no los sepas.■
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