José Antonio Sola. Economista. |
Una buena parte de lo que se estudia en economía se basa en el pasado. Series numéricas difíciles de manejar antes, ahora gobernadas por la informática, ventas pasadas proyectadas hacia un futuro previsible. Gastos asumibles en un curso de la vida normalizado.
La estadística con sus reglas es utilizada para la previsión basada en probabilidades.
Y de pronto este año veinte del siglo veintiuno se sale de la norma.
¿Lo sabíamos? Puede decirse que sí, que podíamos haberlo adivinado. Pero el automatismo de que todo funciona impide pensamientos negativos, si todo funciona no hay que pensar.
Tuvimos una advertencia en 2.008, pero ahora pensábamos que eso estaba controlado. Que no pasaría más. Y es cierto, hay múltiples controles en la economía que lo impiden.
La contabilidad es vieja, muy vieja. Tiene reglas de hierro muy conocidas. El activo no se puede separar del pasivo. Eso solo pasa en vacaciones, en que se produce un descanso. A la vuelta el activo y el pasivo vuelven a estar unidos, para siempre.
El ahorro previsor es una planta silvestre. Crece aquí y allá. No suele cultivarse con esmero. Mejor consumir y gratificarse con la adquisición de lo nuevo.
Un aspecto humano lo rige todo, la felicidad, la satisfacción, la comunicación con los demás en un ambiente festivo, de logros, de éxitos, de vida.
Los temerosos, los prudentes, los ahorradores, no han estado de moda. La moda es un concepto estadístico para denominar los elementos más numerosos en una población. Al ahorrador se le ha castigado con la ausencia de una remuneración segura. No ha sido bienvenido.
¿Qué bien vendría ahora ese ahorro castigado año tras año con la pérdida de valor por comisiones e inflación?
Tenemos algunas inversiones procedentes de los años buenos y del dinero fácil.
No todos, algunos afortunados.
Pero duele desprenderse de ellas.
Pedimos ayuda al gobierno, a los gobiernos en sus múltiples encarnaciones.
Pero el gobierno, por definición, no tiene dinero. Puede, eso sí, quitar un poco a unos para dar a otros en función de su interpretación de la justicia. Una interpretación variable, diferente en cada caso.
La ciencia económica no tiene respuesta, estaba acostumbrada a un mundo estable.
Y esto nos obliga a una forma de vida de control. De racionalidad de cada gasto. De cuentas esmeradas. De no dar las cosas por sabidas. De sacrificio, en el sentido de no disfrutar hoy guardando para mañana. De oportunidades alerta. De buscar nuevos caminos donde se consiga una remuneración.
Vendrá una solución, la medicina la dará. Aunque esto parece que durará un tiempo.
Vendrán fondos europeos a solucionar el sobrecoste de la atención médica, los costes públicos, las transferencias de ayuda a empresas y trabajadores y la reactivación económica. Todo eso vendrá.
Hasta parece que vendrán ayudas a la despoblación…
No cesan las noticias de un plan llamado PERTE con nuevas formas de administración pública. Las filtraciones del borrador indican un cambio considerable en las formas de asignar fondos públicos. Y las cifras son cuantiosas.
En nuestro caso vendrán a Teruel fondos para la transición justa por el fin del carbón.
Y eso debe hacernos pensar y mucho sobre el empleo eficiente de lo que venga.
Si vienen esos fondos y las empresas y trabajadores los salen a recibir con una gestión propia equilibrada, de mejoras en las competencias y habilidades, de planificación económica, de racionalidad en las decisiones, de medición de los riesgos, de una política dirigida al bien común, de respeto por la contabilidad, de cuidado por los detalles de la viabilidad, de detección de los costes inapropiados, de valoración de la clientela, del examen cuidadoso de aquellos que elegimos, del aprecio por lo que somos y por cuidarlo…
Entonces lo pasado habrá fructificado. Seremos mejores. Más preparados para lo que pudiera venir.■
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