La cultura japonesa tradicional, de una radiante sensibilidad y delicadeza poética, filosófica y artística, siempre ha sido un punto de referencia para mí, desde su extraordinaria creación espiritual del mundo zen a sus maravillosas y creativas proyecciones en el mundo natural, flores, vegetales, agua y piedras, paisaje, jardines y costumbres relacionadas con la cortesía, la danza o el teatro.
Me cuesta asimilar, cuando leo los libros de historia -una de mis aficiones permanentes- la enorme y cruel capacidad destructiva del ejército japonés. Pero lo comprendo cuando pienso que esa discordancia no es privativa de los japoneses. También la comparten los alemanes, los británicos, los franceses y… los españoles. Así pues… pasemos página y entremos en el "shinrin yoku".
Con ese término se designa algo tan simple como pasear por el bosque con una determinada actitud, con todos los sentidos alertas y puestos en el momento presente, focalizando la visión, el olfato, el oído y el tacto en la cercanía de los árboles, los arbustos, las flores, la hierba. Los servicios japoneses de salud tienen establecidos dichos paseos como una forma de terapia, ya que con su práctica vamos
inhalando unos aceites esenciales llamados fitoncidas que desprende la vegetación y que tienen efectos saludables en nuestros organismos, mejorando la salud y beneficiando aspectos psíquicos relacionados con el bienestar y la felicidad. Aunque el origen más conocido es Japón, lo cierto es que hay otras culturas de la antigüedad que lo practicaban, entre otros los aborígenes australianos y los indios norteamericanos.
Hay muchos libros editados en los últimos dos o tres años que analizan y estudian esta actividad, algunos con cuestiones espirituales implícitas y otros con aporte de datos científicos que tratan de demostrar la veracidad de las bondades que reciben los asiduos a los "baños de bosque". Lo cierto es que sobre todo en filosofía, no sólo en los clásicos grecolatinos, sin llegar a denominarlos así, hay grandes maestros del pensamiento que avalan esa práctica. Por ejemplo, uno tan inesperado como Spinoza que en algún lugar asegura: "La libertad no es más que entender nuestro lugar en la Naturaleza, para aprender a adaptarnos a ella". Nietzsche también solía referirse con entusiasmo (junto a Voltaire, Kierkegaard, Montaigne, Schopenhauer o el mismísimo Kant) a los paseos por el bosque como una manera de aquietar la mente y librarse de la "fluctuatio animi" tan corriente en los filósofos (y, la verdad, en la mayoría de los mortales).
Un baño de bosque
Para estas páginas he escogido una deliciosa "Guía para descubrir el poder de los árboles", firmada por Eric Brisbare, intitulada "Un baño de bosque" y publicada por Alianza Editorial. Aparte de ser un libro deliciosamente editado, con un formato de libreta de trabajo de campo (son su banda elástica verde y sus páginas para tomar notas -lastimosamente muy escasas: la editorial podría haber sido más generosa en eso) es práctico, ilustrativo y claramente informativo, sin perderse en elucubraciones espiritualistas que a algunos lectores les restaría interés. Limitándose el autor a señalar que el respeto y la conciencia atenta a lo que vemos y sentimos es el mejor sustrato psicosomático para afrontar la tarea con frutos.
Los datos e ilustraciones del tipo de árbol más común en los bosques mediterráneos es una ayuda práctica inigualable para ayudarnos en nuestros paseos. Además Eric nos brinda una breve guía, en nuestro país, de los bosques más interesantes para esta actividad aunque, por supuesto, cualquier bosque de nuestro entorno ya cumple los requisitos precisos para operar esa especie de reconexión con la Naturaleza que es la esencia de la actividad. Brisbare nos recuerda que una modalidad gemela de los "baños de bosque" es la silvoterapia, modalidad sanitaria que ha sido empleada por la medicina psicosomática occidental desde el siglo XIX.
El lector aprenderá algunas cuestiones relacionadas con los árboles, su funcionamiento interno, las relaciones que establecen entre ellos y los efectos positivos que generosamente proporcionan a su entorno (incluido el ser humano, por supuesto) con lo que la mirada que distraídamente les lanzamos cobrará un contenido y una gratificación distinta y profunda: posiblemente algo cambiará en el lector que hasta ahora no había leído nada sobre esos príncipes del mundo vegetal. Incluso en la vertiente práctica personal del lector, por muy escéptico que sea, la lectura -y la práctica- por supuesto de los baños de bosque pueden cambiar de una forma muy sutil pero evidente sus relaciones con el mundo vegetal, nuestros pulmones como especie. Seguir paso a paso los consejos de Brisbare puede constituir una experiencia bastante gozosa y además se nos proporciona la posibilidad de ajustar nuestra práctica según la edad, el sexo o las necesidades físicas o psicológicas que buscamos aliviar…
Indicaciones y efectos de los baños de bosque
En Estados Unidos, cuyo racionalismo ordenancista y reglamentista resulta algo lineal y quizá banal, pero muy práctico, ha ordenado las pautas necesarias para practicar el "Shinrin Yoku":
Conectar con la naturaleza; No tener prisa: nada de senderismo; un kilómetro cada dos horas. Prestar atención: abrir los sentidos. Dedicarle tiempo: un par de veces a la semana, durante años. Buscar información o un guía cualificado; Crear rutinas de observación en el entorno.
En cuanto a los beneficios de los "baños de bosque", los expertos apuntan: mejora el estado de ánimo; Logra disminuir los niveles de la hormona del estrés, el cortisol; Con ello se alivian síntomas como dolores de cabeza, presión sanguínea, afecciones cutáneas, ansiedad, déficit de memoria; Refuerza el sistema inmunitario; A la larga estimula la creatividad, mejora el descanso e incrementa la actividad intestinal.
No vamos a entrar aquí en analizar estos beneficios orgánicos y mentales, aunque tengo entendido que existen estudios científicos al respecto. He leído estudios dignos de crédito en los que se afirma que entre diez y treinta minutos diarios en contacto con la naturaleza "puede normalizar la presión sanguínea, la frecuencia cardiaca, el estrés y el estado anímico”. Lo cierto es que, en determinados aspectos, la ecología, el amor a la Naturaleza, a la sencilla belleza de las legumbres, las verduras, las flores, la cocina natural, a esa convicción tan visible en Thoreau, Tolstoi, Emerson, Twain, Epicuro, Epicteto y otros de escoger la vida sencilla entre bosques y lagos, en las montañas... nos demuestra que hay algo en todo esto que no se puede tomar a broma o a la ligera.
No hace falta irse lejos
Lo cierto es que aquí en nuestra tierra, concretamente en el Maeztrazgo y en Gúdar-Javalambre, hay un grupo llamado Agujama que organiza “Baños de bosque” y pretende convertir toda esa zona en destino homologado para un turismo sectorial atraído por esa práctica, alejados de las rutas turísticas tradicionales para así preservar de la masificación los lugares escogidos por sus valores ambientales.
La solución en la Naturaleza, como siempre
Tras esta prueba de fuego, que aún no ha terminado, de la pandemia, tal vez veamos cómo se fortalece una tendencia a valorar el contacto con la Naturaleza, dentro de un respeto nuevo de alguna forma redescubierto por el confinamiento y el miedo al virus. Montaigne dedica páginas memorables a ese “cohabitar con los pulsos vitales de lo natural” como una forma de vivir gratificante y saludable. Y yo creo con Rousseau que la Naturaleza debe ser para nosotros como “un libro abierto que se nos muestra siempre presto a enseñar y del que debemos aprender”. Pero hay que tener, como decía Spinoza, cautela, “caute”. Porque quizá la pandemia incline peligrosamente la balanza de la masificación hacia la ocupación y explotación del mundo rural y semi escondido de los grandes bosques. Y sea peor el remedio que la enfermedad. Uno de los mayores expertos españoles en árboles, Joaquín Araujo, naturalista, poeta y ensayista, soltó una frase memorable en una entrevista: “No tenemos una vacuna contra el coronavirus, pero sí contra el cambio climático: el árbol”. Opina Araujo que la salud de los seres humanos es inseparable de la salud del planeta. La contaminación de aire y agua, la invasión humana de reductos de animales salvajes, la deforestación y otros males como la zoonosis han debilitado los sistemas inmunológicos. Se agudiza el tiempo de las pandemias. Y añade: “nosotros somos el virus más peligroso para la salud del planeta. Y su salud es la nuestra”.
Por eso no dejaremos de repetir: mantengan un respeto sagrado hacia la Naturaleza y en particular hacia los árboles, los bosques. Ese pulmón de la Humanidad que está siendo aniquilado en la Amazonia por un cáncer llamado “ser humano”. Lástima terminar con una nota alarmante, aunque realista, un reportaje de amor a los bosques. ¡Pero los hechos son tan obstinados!■
Fichas
UN BAÑO EN EL BOSQUE.- Eric Brisbare.- Traducción Elena-Michelle Cano e Iñigo Sánchez-Paños.- Alianza Editorial.-243 págs.
Periodista, Psicólogo y Crítico literario
charlus03@yahoo.es
Con ese término se designa algo tan simple como pasear por el bosque con una determinada actitud, con todos los sentidos alertas y puestos en el momento presente, focalizando la visión, el olfato, el oído y el tacto en la cercanía de los árboles, los arbustos, las flores, la hierba. Los servicios japoneses de salud tienen establecidos dichos paseos como una forma de terapia, ya que con su práctica vamos
inhalando unos aceites esenciales llamados fitoncidas que desprende la vegetación y que tienen efectos saludables en nuestros organismos, mejorando la salud y beneficiando aspectos psíquicos relacionados con el bienestar y la felicidad. Aunque el origen más conocido es Japón, lo cierto es que hay otras culturas de la antigüedad que lo practicaban, entre otros los aborígenes australianos y los indios norteamericanos.
Hay muchos libros editados en los últimos dos o tres años que analizan y estudian esta actividad, algunos con cuestiones espirituales implícitas y otros con aporte de datos científicos que tratan de demostrar la veracidad de las bondades que reciben los asiduos a los "baños de bosque". Lo cierto es que sobre todo en filosofía, no sólo en los clásicos grecolatinos, sin llegar a denominarlos así, hay grandes maestros del pensamiento que avalan esa práctica. Por ejemplo, uno tan inesperado como Spinoza que en algún lugar asegura: "La libertad no es más que entender nuestro lugar en la Naturaleza, para aprender a adaptarnos a ella". Nietzsche también solía referirse con entusiasmo (junto a Voltaire, Kierkegaard, Montaigne, Schopenhauer o el mismísimo Kant) a los paseos por el bosque como una manera de aquietar la mente y librarse de la "fluctuatio animi" tan corriente en los filósofos (y, la verdad, en la mayoría de los mortales).
Un baño de bosque
Para estas páginas he escogido una deliciosa "Guía para descubrir el poder de los árboles", firmada por Eric Brisbare, intitulada "Un baño de bosque" y publicada por Alianza Editorial. Aparte de ser un libro deliciosamente editado, con un formato de libreta de trabajo de campo (son su banda elástica verde y sus páginas para tomar notas -lastimosamente muy escasas: la editorial podría haber sido más generosa en eso) es práctico, ilustrativo y claramente informativo, sin perderse en elucubraciones espiritualistas que a algunos lectores les restaría interés. Limitándose el autor a señalar que el respeto y la conciencia atenta a lo que vemos y sentimos es el mejor sustrato psicosomático para afrontar la tarea con frutos.
Los datos e ilustraciones del tipo de árbol más común en los bosques mediterráneos es una ayuda práctica inigualable para ayudarnos en nuestros paseos. Además Eric nos brinda una breve guía, en nuestro país, de los bosques más interesantes para esta actividad aunque, por supuesto, cualquier bosque de nuestro entorno ya cumple los requisitos precisos para operar esa especie de reconexión con la Naturaleza que es la esencia de la actividad. Brisbare nos recuerda que una modalidad gemela de los "baños de bosque" es la silvoterapia, modalidad sanitaria que ha sido empleada por la medicina psicosomática occidental desde el siglo XIX.
El lector aprenderá algunas cuestiones relacionadas con los árboles, su funcionamiento interno, las relaciones que establecen entre ellos y los efectos positivos que generosamente proporcionan a su entorno (incluido el ser humano, por supuesto) con lo que la mirada que distraídamente les lanzamos cobrará un contenido y una gratificación distinta y profunda: posiblemente algo cambiará en el lector que hasta ahora no había leído nada sobre esos príncipes del mundo vegetal. Incluso en la vertiente práctica personal del lector, por muy escéptico que sea, la lectura -y la práctica- por supuesto de los baños de bosque pueden cambiar de una forma muy sutil pero evidente sus relaciones con el mundo vegetal, nuestros pulmones como especie. Seguir paso a paso los consejos de Brisbare puede constituir una experiencia bastante gozosa y además se nos proporciona la posibilidad de ajustar nuestra práctica según la edad, el sexo o las necesidades físicas o psicológicas que buscamos aliviar…
Indicaciones y efectos de los baños de bosque
En Estados Unidos, cuyo racionalismo ordenancista y reglamentista resulta algo lineal y quizá banal, pero muy práctico, ha ordenado las pautas necesarias para practicar el "Shinrin Yoku":
Conectar con la naturaleza; No tener prisa: nada de senderismo; un kilómetro cada dos horas. Prestar atención: abrir los sentidos. Dedicarle tiempo: un par de veces a la semana, durante años. Buscar información o un guía cualificado; Crear rutinas de observación en el entorno.
En cuanto a los beneficios de los "baños de bosque", los expertos apuntan: mejora el estado de ánimo; Logra disminuir los niveles de la hormona del estrés, el cortisol; Con ello se alivian síntomas como dolores de cabeza, presión sanguínea, afecciones cutáneas, ansiedad, déficit de memoria; Refuerza el sistema inmunitario; A la larga estimula la creatividad, mejora el descanso e incrementa la actividad intestinal.
No vamos a entrar aquí en analizar estos beneficios orgánicos y mentales, aunque tengo entendido que existen estudios científicos al respecto. He leído estudios dignos de crédito en los que se afirma que entre diez y treinta minutos diarios en contacto con la naturaleza "puede normalizar la presión sanguínea, la frecuencia cardiaca, el estrés y el estado anímico”. Lo cierto es que, en determinados aspectos, la ecología, el amor a la Naturaleza, a la sencilla belleza de las legumbres, las verduras, las flores, la cocina natural, a esa convicción tan visible en Thoreau, Tolstoi, Emerson, Twain, Epicuro, Epicteto y otros de escoger la vida sencilla entre bosques y lagos, en las montañas... nos demuestra que hay algo en todo esto que no se puede tomar a broma o a la ligera.
No hace falta irse lejos
Lo cierto es que aquí en nuestra tierra, concretamente en el Maeztrazgo y en Gúdar-Javalambre, hay un grupo llamado Agujama que organiza “Baños de bosque” y pretende convertir toda esa zona en destino homologado para un turismo sectorial atraído por esa práctica, alejados de las rutas turísticas tradicionales para así preservar de la masificación los lugares escogidos por sus valores ambientales.
La solución en la Naturaleza, como siempre
Tras esta prueba de fuego, que aún no ha terminado, de la pandemia, tal vez veamos cómo se fortalece una tendencia a valorar el contacto con la Naturaleza, dentro de un respeto nuevo de alguna forma redescubierto por el confinamiento y el miedo al virus. Montaigne dedica páginas memorables a ese “cohabitar con los pulsos vitales de lo natural” como una forma de vivir gratificante y saludable. Y yo creo con Rousseau que la Naturaleza debe ser para nosotros como “un libro abierto que se nos muestra siempre presto a enseñar y del que debemos aprender”. Pero hay que tener, como decía Spinoza, cautela, “caute”. Porque quizá la pandemia incline peligrosamente la balanza de la masificación hacia la ocupación y explotación del mundo rural y semi escondido de los grandes bosques. Y sea peor el remedio que la enfermedad. Uno de los mayores expertos españoles en árboles, Joaquín Araujo, naturalista, poeta y ensayista, soltó una frase memorable en una entrevista: “No tenemos una vacuna contra el coronavirus, pero sí contra el cambio climático: el árbol”. Opina Araujo que la salud de los seres humanos es inseparable de la salud del planeta. La contaminación de aire y agua, la invasión humana de reductos de animales salvajes, la deforestación y otros males como la zoonosis han debilitado los sistemas inmunológicos. Se agudiza el tiempo de las pandemias. Y añade: “nosotros somos el virus más peligroso para la salud del planeta. Y su salud es la nuestra”.
Por eso no dejaremos de repetir: mantengan un respeto sagrado hacia la Naturaleza y en particular hacia los árboles, los bosques. Ese pulmón de la Humanidad que está siendo aniquilado en la Amazonia por un cáncer llamado “ser humano”. Lástima terminar con una nota alarmante, aunque realista, un reportaje de amor a los bosques. ¡Pero los hechos son tan obstinados!■
Fichas
UN BAÑO EN EL BOSQUE.- Eric Brisbare.- Traducción Elena-Michelle Cano e Iñigo Sánchez-Paños.- Alianza Editorial.-243 págs.
Periodista, Psicólogo y Crítico literario
charlus03@yahoo.es
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