José Antonio Sola. Economista. |
Es lo que nos ha tocado vivir.
En una guerra los sufridores miran al cielo a ver si vienen los aviones enemigos. O leen los periódicos para ver si el avance contrario llegará a su ciudad.
En esta guerra el enemigo está aquí. Lo lleva, a veces sin saberlo, el vecino.
Y las soluciones económicas pueden ser desastrosas. No hay certezas.
¿Qué hacer ante lo incierto?
Medir, estimar la medida del daño. Aún más, medir con disciplina, con precisión.
Y después contener. Tratar de contener el daño.
La seriedad y el rigor en la conducta, que tan mala prensa tiene en épocas normalizadas, cobran su valor como virtudes a fomentar.
¿Contener?
Pensemos en la conducta de los bomberos ante el fuego descontrolado.
Lo primero que hacen no es ir a apagarlo, lo primero es intentar, si se puede, contenerlo en un perímetro. Después con la sensación de que el daño mayor está limitado se esfuerzan por apagarlo.
Los costes económicos de la empresa, y del ciudadano particular afectado, se producen sin los necesarios ingresos para cubrirlos.
La primera acción es hacer inventario. Pero un inventario realista de lo que tenemos. Valorado a precios de mercado con exigencia. Y después considerar un mínimo prudente para esos valores.
Después los gastos fijos necesarios para una llamada “economía de guerra”.
Veremos los ingresos posibles. En un particular pueden ser las pensiones familiares. La ayuda de parientes. Trabajos esporádicos…
En un negocio comercial los ingresos después de apreciables rebajas.
Tal vez una ayuda bancaria. Tal vez si somos de los afortunados que el banco ayuda todavía.
¿Podemos vender a pérdida? Con ello podemos estar aumentando nuestro problema. La respuesta sería sí, si podemos contar con alguna garantía cierta para no ser esclavos de una deuda futura impagable.
Pero eso temporalmente.
¿Vender a pérdida está prohibido? No es un asunto pacífico. En cualquier caso sería difícil enmarcar en un caso de competencia desleal la acción de un comerciante turolense que convierte en dinero efectivo su almacén para sobrevivir.
Todo el proceso debe llevarse a cabo bajo una actitud de escepticismo. Es decir no creer nada hasta su comprobación.
Limitar las compras hasta la certeza de la venta. Limitar la producción hasta el pedido confirmado. Asegurar el cobro.
El mundo hoy debe basarse en la previsión. Para hacerla más cierta es bueno contar hoy con estructuras solidas pensadas para el largo plazo.
Y luego la magia de los números. Las proyecciones, los diversos escenarios futuros previsibles.
Cuando una cifra esperada futura se basa en múltiples razonamientos realistas de hoy, cada uno con su probabilidad estimada, surge la magia estadística de la predicción. Los múltiples valores promedios esperados se normalizan y se hacen accesibles. Las situaciones que vengan no pueden diferir mucho.
Además la experiencia de hacer cálculos realistas de futuro mitiga o evita el temor irracional paralizante a una ruina incontrolada.
Y eso nos da la seguridad necesaria para nuestras decisiones.
¿Sentirse seguro ante un escenario futuro razonado? Sí, claro.
Abandonar esa actitud de “ya reaccionaremos y lo haremos cuando pase”
Una actitud social de vivir al día que ha causado mucho daño. Una actitud que ha venido despreciando al “preocupado”, al previsor, al que emplea su tiempo de hoy para pensar razonadamente en el futuro.
Al que sacrifica su ocio de hoy, para prevenir situaciones posibles que pueden suceder o no.
Un aprendizaje de todo esto. Lo veremos si pensamos. La pandemia y sus limitaciones económicas han sido malas. Pero las ha empeorado el hecho de que han caído sobre una sociedad con muchas estructuras endebles, poco preparadas, poco sólidas, fruto de un modo de vida a corto plazo.
Hemos dejado, por ejemplo, la industria a otros…pensemos.
El mundo hoy debe basarse en la previsión. Para hacerla más cierta es bueno contar hoy con estructuras solidas pensadas para el largo plazo.
Si nuestra estructura particular es meditada y sólida seremos un punto de apoyo más para la solidez colectiva.
Y expulsaremos de nuestro entorno a los insensatos cortoplacistas, en lo privado y en lo público.
Pensemos…■
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