junio 2020 ACTUALIDAD | AGRICULTURA | TRABAJADORES AGRÍCOLAS | PRECIOS BAJO COSTE
El sector agroalimentario se ha convertido en uno de los grandes protagonistas de la excepcional situación que vive el país al ser una de las actividades esenciales. Sus profesionales no han podido quedarse en casa ni dejar de trabajar para poder seguir abasteciendo de alimentos a la población. Pero la agricultura no se ha librado del impacto que está suponiendo la paralización de la economía y el confinamiento de la población, ni se han solucionado sus reivindicaciones históricas que les llevaron a las calles poco antes de la declaración del Estado de Alarma.
“La pandemia nos ha alterado en todo”, así lo explica Luís Ros. Este agricultor frutícola en la comarca caspolina cuenta que las medidas tomadas por la expansión del coronavirus han complicado los trabajos en el campo desde la falta de mano de obra pasando por las dificultades en la movilidad de los trabajadores a las distancias físicas y medidas de higiene en las labores en el campo. “En estos años atrás, en las fincas particulares pequeñas como la mía los trabajadores venían con sus coches particulares y este año, yo en concreto tenía 30 trabajadores y veníamos 15 coches”. Un kilometraje que en este caso ha asumido también el propio agricultor. Desde una empresa dedicada a la fruta en Puigmoreno -la cual prefiere no mencionar su marca- comentan también los cambios que han tenido que adoptar. “Se tiene que tomar la temperatura a los trabajadores y registrarla cuando entran al campo y después cuando salen. Deben llevar la mascarilla durante el transporte. En el campo no la deben de llevar, siempre y cuando cada uno esté en un árbol. A parte el lavado de manos cada dos por tres y la bebida debe llevarla cada uno sin compartirla”.
La Secretaría de Estado de la Seguridad Social cifraba en España 1,8 millones de personas extranjeras dadas de alta en la Seguridad Social. De ellas, 218.216 lo estaban bajo el sistema especial agrario
Sin embargo, el mantra que se repite en el sector en general y en los diferentes puntos frutícolas de las comarcas del Bajo Aragón Histórico en particular es la falta de mano de obra: los temporeros procedentes de países terceros, principalmente Rumanía y Marruecos. El confinamiento ha supuesto el cierre de fronteras y por tanto, una barrera para las personas que solían trasladarse a los campos bajoaragoneses en las campañas de recolección de la fruta, principalmente del melocotón en el Bajo Aragón y Matarraña y de las frutas de hueso, en la zona de Caspe.
Solo en Aragón se estima que se necesitan aproximadamente unas 15.000 personas para cubrir estas labores, según José Manuel Roche, secretario general de UPA Aragón. “Seguimos teniendo una gran incertidumbre en el mes de junio y julio que es cuando tendremos el pico más alto de recolección de fruta”, dice el responsable de este sindicato agrario. Una problemática que ha visibilizado la alta dependencia del campo de personal extranjero.
Los invisibles
Hace décadas que el sector agrícola contrata temporeros de origen extranjero. En diciembre de 2017 un informe de la Secretaría de Estado de la Seguridad Social cifraba en España 1,8 millones de personas extranjeras dadas de alta en la Seguridad Social. De ellas, 218.216 lo estaban bajo el sistema especial agrario. El país de origen más común: Rumanía —58.415 personas— y Marruecos —80.973—.
Todas las cooperativas contactadas para este reportaje explican que desde hace más de una década cuentan con cuadrillas de personas de las dos nacionalidad mencionadas, algunas de ellas contratadas en origen. En el norte del Matarraña con un gran tradición del cultivo de melocotón, hasta ahora la gran parte de mano de obra necesaria para la recolección de esta fruta era cubierta por personas de nacionalidad marroquí las cuales viven en la zona. “La mayoría viven aquí y van enganchando una campaña con otra. Muchos se van un mes a ver la familia y vuelven. La pandemia les ha pillado fuera”, nos dice la gerente de la Cooperativa San Isidro, Verónica Esteban.
En el caso de los trabajadores que contrata Ros, son una veintena de personas de la misma nacionalidad que vienen desde hace 15 años, trasladándose desde su país hasta aquí todas las temporadas. “Tienen su casa reservada que la pagan todo el año para tenerla ya cuando vienen”, comenta. Según los profesionales del sector, se trata de personal cualificado con mucha experiencia en las labores del campo y que ahora mismo, se ven abocados a cubrirlo con personal sin experiencia.
El trabajo en el campo está regulado en convenios provinciales, aunque el vigente en la provincia de Teruel no se actualiza desde 2015 y el de la provincia de Zaragoza desde 2018
¿Faltan temporeros?
“Dicen que no hay mano de obra y eso yo lo discuto. Hay gente que queremos trabajar esta temporada, y sin embargo no nos llaman”, dice un alcañizano con años de experiencia en el campo que prefiere no desvelar su identidad. El confinamiento le ha abocado a estar prácticamente en ERTE. A pesar de que en su juventud y en muchos de sus veranos ha trabajado en la recolección de fruta en el territorio, no ha sido llamado para trabajar en el campo aunque se inscribió en las listas de los sindicatos agrarios para sumarse a la campaña de recolección.
La demanda de trabajo por parte de gente nacional y del territorio se ha notado según cuentan desde la empresa de fruta de Puigmoreno. Principalmente, les han llegado peticiones de trabajo de personas de la zona, aunque siguen esperando ese personal extranjero que contratan desde hace años. En cambio, en la zona de la comarca del Bajo Aragón-Caspe la mano de obra se está cubriendo con personas extranjeras venidas de provincias vecinas.
“Hace muchísimas décadas que la mano de obra nacional no trabaja en el campo sino en otros sectores. Por lo tanto, cuando vienen al campo se les hace un trabajo un poco pesado, duro y no lo suficientemente remunerado con sus pretensiones”, explica el secretario de UPA Aragón, a lo que continúa “en estos momentos los agricultores del Bajo Aragón prefieren esta mano de obra que la nacional porque es cualificada; porque les conocemos; porque realmente ciñéndonos al convenio trabajan porque les interesa ganar dinero”.
No lo ve de la misma manera César Marcos, periodista especializado en agroalimentación y colaborador en Onda Cero o La Razón. “Esta dependencia existe básicamente, porque se paga muy poco. Si tú cruzas a Francia, hay determinadas familias españolas que todos los años van a vendimiar o a otras recolecciones de frutas porque les pagan más. El tema es que los precios que recibe el agricultor son muy bajos”, razona el periodista.
El trabajo en el campo está regulado en convenios provinciales, aunque el vigente en la provincia de Teruel no se actualiza desde 2015 y el de la provincia de Zaragoza desde 2018. La tabla salarial del primero marca que el precio estipulado por hora para un cogedor de fruta es de 5,90 euros, mientras que el segundo señala el salario hora en 6,25 euros.
“Si tú cruzas a Francia, hay determinadas familias españolas que todos los años van a vendimiar u a otras recolecciones de frutas porque les pagan más. El tema es que hay unos precios que el agricultor recibe que son muy bajos”
Estas bajas remuneraciones se encuentran detrás de “ese trabajo invisible de esas personas extranjeras y que con el confinamiento se ha visto porque no han podido venir a recolectar”, señala Marcos. A lo que Roche defiende: “La solución no está en pagar menos, la solución está en que nos paguen a nosotros más por lo que producimos y de esta manera podremos negociar unos convenios colectivos más al alza en los que todos salgamos beneficiados. Lo que no puede ser es que nosotros cada vez estemos cobrando menos por un kilo de melocotón y tengamos que pagar más”.
El pez que se muerde la cola
La otra cara de la moneda son los precios que percibe el agricultor. Este problema crónico del sector afecta de manera especial en el campo aragonés por ser explotaciones principalmente pequeñas y familiares. “Es inconcebible que un kilo de melocotón cueste producirlo 0,40 euros, el melocotón embolsado que trabajamos aquí, y que nos estén pagando precio de coste”, cuenta indignado Luis Ros. Una misma retórica que se reproduce dentro del sector.
Y es que según Índice de Precios en Origen y Destino de los alimentos (IPOD) de COAG el precio de origen del melocotón en junio de 2008 fue de 0,55 euros y el precio de destino 2,24 euros. Las últimas cifras de agosto de 2019 son exasperantes. Mientras que el melocotón contaba con precio de origen en 0,35 euros en el supermercado se encontraba a 2,11, es decir, se había multiplicado por 6 el precio de origen hasta que llega al consumidor y en más de una década los precios de origen no se han visto modificados significativamente
“Hay mucha especulación”, admite César Marcos. “La distribución juega a tirar los precios abajo y decir sí o no a unas variedades o a otras. El agricultor que las va plantando de un año para el otro no puede producir otras si no son en dos o tres años de escalonamiento. Se ve abocado a esa variedad y si la demanda baja no le queda más remedio que dejarla en el árbol o malvenderla. Esa presión ha hecho mucho daño a agricultores. Todo es rentabilidad”, narra con claridad.
“Es inconcebible que un kilo de melocotón cueste producirlo 0,40 euros, el melocotón embolsado que trabajamos aquí, y que nos estén pagando precio de coste”
Una dinámica que sacude en especial a las frutas de hueso y que aboca a un pez que se muerde la cola. Unos precios que ahogan especialmente a la explotación familiar, según José Manuel Roche. “Lo que está claro es que a las grandes explotaciones o grupos que han invertido en los últimos años en el sector de la fruta o el aceite de oliva, estas situaciones tampoco les afecta tanto como a nosotros. Pero lo que es el agricultor familiar, el pequeño que es el que está en los pueblos del Bajo Aragón esta situación es insostenible”.
En sus propias carnes lo ve y lo siente Luis Ros. “Estamos en un libre mercado y no se puede acotar nada. Y este libre mercado nos está llevando a la ruina a muchos productores porque no se puede soportar y sucede con todos los productos agrícolas, con las cerezas, con el cordero, etc. Muchas empresas familiares de los pueblos están cerrando por eso y con ellas, lo que van a morir son nuestros pueblos”, sentencia el agricultor caspolino.■
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